Esta semana, mientras reflexionaba sobre un programa de clase, me he dado
cuenta de que algo está cambiando. Algo se está modificando, algo en nuestras
cabezas, en nuestra manera de expresarnos, en nuestro día a día y también en
nuestros corazones. Me doy cuenta de que los primeros conceptos conllevan un
masculino o femenino que nos separa como seres humanos, un singular y plural en
los tiempos que corren donde nos enseñan que es mejor ser “nosotros” que “ellos”. Pasamos al “hay”
o “está”. Pero si no hay nada… ¿dónde puede estar? ¿De qué sirve colocarlo en
un espacio que ya no existe? Recuerdos de Amatrice, recuerdos de un pueblo
donde probar los mejores espaguetis de tu vida… Y en un momento, crac, ya no
hay, ya no está… ni la gente, ni el lugar, ni ese pueblo que me acogía incondicionalmente
cuando hacía una parada en mi viaje con destino a Roma. La tierra tiembla, la
tierra en la Tierra… A pocos kilómetros de casa, ya no está, ya no hay.
Y sigo avanzando hacia el presente de esta rutina diaria a la que todos nos
aferramos, a una rutina de “a menudo”, de “normalmente”, de “siempre”, o para
los más sinceros de un “casi” por no decir que “nunca”. La rutina que parece
que lo es todo, las verdades universales de un siglo decadente que nos sofoca…
Me doy cuenta de que el próximo tema es el de la obligación, el de “debo,
tengo o hay que”. Después de la rutina, sigo teniendo que hacer cosas. Me
duele algo y “tengo que solucionarlo”. Para mejorar en la vida “hay que” y
entre una cosa y otra me autoconvenzo de lo que “debo o no hacer…” para
mantener a raya el nivel de colesterol.
El dilema llega en la clase siguiente, la de los planes. Se supone que después
de conocer mis obligaciones, hago planes y ahí llega el “voy a cambiar de
trabajo”, “voy a tener un hijo”, “voy ahorrar para viajar”... A los españoles siempre
nos ha encantado esta perífrasis verbal. Vamos a ver…, vamos a ir…, vamos a
hacer… En los años 90 nuestras agendas estaban llenas de planes prometedores
para un mañana sin suspense. ¿Y ahora?
He de decir que estoy planteándome una ruptura del paradigma a gran escala.
Las respuestas de mis estudiantes y las que yo me doy a mí misma no son para
nada convincentes. Creo que este “ir + a + infinitivo” que se propagó como la
espuma en momentos de bonanza, se convertirá en breve en un futuro inseguro y
de predicciones infundadas. Un “cambiaré de trabajo” – quizás -, los coches volarán
pero yo no o en el futuro los robots ocuparán el lugar de ese hijo imaginario
que nunca tuvimos.
Siguiente paso, el pasado. En este caso me sorprendo de cómo puede cambiar
tanto su uso temporal en lenguas tan afines como el español y el italiano. Para
un español el ayer es un momento terminado, en cambio para los italianos la
idea de lo remoto, asusta, aleja, confiere autoridad e importancia a lo clásico.
Claro que nuestro pasado influencia nuestro presente pero no podemos dejar que
nos condicione. Por eso cada curso doy la importancia justa al pasado, ni más
ni menos. ¿Cómo ignorar acontecimientos que surcaron el camino hacia nuestro
presente? ¿Cómo no hablar de todo lo que hemos hecho o querido hacer en
nuestros días?
Llegamos “casi” al final, creo que por fin me decido: el condicional.
Pienso que este lo cultivaré con gran entusiasmo porque, en definitiva, es el
que nos toca vivir a todos, nuestro preferido. Es el que nos hace ser felices en la dificultad: ¿Te gustaría salir conmigo esta noche?, ¿Qué harías si te
tocara la lotería?, ¿Podrías echarme una mano?, Viviría siempre al lado del mar
y te amaría toda la vida …
La vida del siglo XXI es un condicional, plagado de incógnitas, de
expectativas, ajenas y propias. Es ese condicional que nos hace desesperarnos
ante la incertidumbre pero también el que nos hace llegar "vivos" de hoy hasta mañana… ¿Aprenderías a vivir en este nuevo paradigma?