El domingo pasado tuvimos la boda de Sara, la prima de Giuseppe.
Un año de preparativos, un vestido de princesa… ¡Todo calculado al milímetro!
Demasiadas personas en la casa, demasiadas mujeres en la habitación, demasiados mosquitos con hambre y demasiado maquillaje derretido de tanto sudar.
Tiramos de los lazos. La atamos bien para que no se escape de ese corpiño que endosará una vez en su vida. Una vez en su vida que significa…
Bueno, no entremos en tema. Cada uno que celebre las cosas a su manera.
Llegamos a la iglesia y la novia se paraliza.
¿Se lo estará pensando? (se pregunta la gente)
Yo creo que después de 11 años, en un minuto, no hay nada más que pensarse. Aunque a veces todavía hay tiempo para la fuga.
Hay personas que todavía no entienden que no pueden atar los sentimientos de los demás. Sólo puedes firmar contratos y prometer cosas que quizás no podrás cumplir.
Nos empeñamos en buscar seguridades dentro de nuestras inseguridades.
Pues bien, no, no se lo estaba pensando, la pobre muchacha.
Se dio cuenta de que le faltaba el ramo.
Primera vez en la que asisto a la boda de una novia a la que se le olvida el ramo.
Y claro, dado su espíritu perfeccionista, y el tiempo que le había llevado prepararlo todo, no le hacía mucha ilusión la idea de entrar en la iglesia sin él.
Tras un par de minutos de cuchicheos salimos disparados en su búsqueda. Lo invitados toman la iglesia y corremos como locos por las colinas en busca del sueño de la novia.
Tras 40 minutos de sofocón regresamos con el trofeo en la mano.
Sara nos sonríe agradecida.
Momento salvado y nos saltamos la parte más tostón de la ceremonia…
Banquete: estamos todos monísimos.
Se echa en falta un poco de juventud y frescor en el ambiente.
Todo es demasiado sobrio, demasiado formal.
Nos tomamos un aperitivo y me hago con una amiga de diez años que trama fechorías para su abuela.
Entramos en la sala a cenar y por suerte nos sientan con un par de parejas charlatanas.
Nos saltamos algún plato y el casi silencio nos envuelve.
Pocos “vivan los novios”, ninguna corbata en la cabeza ni chicas sin zapatos…
Un evento elegante, un tanto anónimo- pienso.
Farolillos al aire y “vámonos a casa”. (Gius, como siempre se ha dejado el móvil en alguna parte y tenemos que volver a recogerlo).
“Yo que pensaba bailar toda la noche…” – le digo.
Me parece que tendré que esperar a la despedida de Carolina…
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