Me estoy tomando mi café matutino con Gius en el bar y leo el periódico.
"Un niño de 12 años se cuelga porque le suspendieron"
Me pregunto en qué tipo de monstruos nos estamos convirtiendo profesores, educadores, pedagogos o como coño nos queramos llamar.
¿En qué estaría pensando?
Si además nos planteamos que en Italia el sistema educativo pertenece, por lo menos, a la Edad Media, la preocupación se hace más grave.
Millones de exámenes orales que no demuestran nada a nadie.
Pandilla de loros recitando información nunca comprendida
¡110 e lode!, ¡110 e lode! pero eso sí, no saben describirte qué es un destino turístico y acaban de terminar la carrera con matrícula de honor.
¿Y yo me tengo que quitar el sombrero? Una vulgar currita de Notable (vecchio ordinamento) de la universidad pública española, of course, que se ha enriquecido de experiencias gracias a becas del Ministerio de Educación (por supuesto, sin cotizar ni un duro, ni una antigua peseta).
No he pasado jamás de una segunda convocatoria, cuando los paletos de los italianos (que me perdonen pero lo son) repiten el mismo examen hasta obtener la nota máxima sin comprender nada de lo que han estudiando. Repetir, repetir como los monos, para ser 110 .
Claro, ante una comparativa, salgo perdiendo. Lo que cuentan son los números, no el tiempo que te ha llevado obtenerlos...
En fin, que al pobre niño de 12 años nadie le podrá devolver la vida. Para colmo, su corta vida seguramente habrá estado llena de miedos y traumas generados por familiares demasiado exigentes y cabrones de profes a los que se la pelaba su condición psicológica.
Un niño que tenía derecho a ser feliz sin que le hicieran recitar la lección contra la pizarra.
Que se habría podido comer maravillosos bocatas de nocilla en el parque, jugar al balón y hacer los deberes con su abuela, sin saber qué cojones significa la función clorofílica de las plantas.
No menos sorprendentes son dos olvidos de bebés en el coche.
¿En qué coño estamos pensando?
110 en crueldad
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