sábado, 5 de mayo de 2012

Martes…ni te cases…ni te pongas zapatos rojos…

Es domingo y estoy más cansada que el lunes. Correr de un lado a otro hace dos meses que se ha convertido en un ritual y la ley de Murphy a veces me persigue.
El martes fue un día terrible. Decidí ponerme unos zapatos rojos monísimos que me regaló mi madre para darme un punto de alegría y me parece que no fue la decisión más sabia que he hecho en los últimos días.
Llevaba dando clase una hora y pico con un par de chicas de Ciencias de la Comunicación, que menos mal que eran espabiladas, porque a veces le dan ganas a uno de suicidarse cuando ha repetido lo mismo con estrategias A, B y C y se da cuenta de que se tiene que inventar una D.
En fin, que allá que salió el tacón de mi zapato disparado por los aires, y, os podéis imaginar, yo con un sofocón impresionante porque tenía que llegar al centro lingüístico a pie y dar otras 3 horas allí con otro grupo.
Resolución del problema: me bajo a conserjería a buscar a Primo (un conserje muy enrollado que siempre me echa una cable con las cosas que me hacen falta). Me dicen que se ha ido ya.
Busco pegamento, grapas, no se me ocurre mucho más…
¡Los obreros! Están haciendo obras en la facultad, bajo por las escaleras cojeando con mi zapato rojo en la mano. Me los encuentro:
-Por favor, soy la profe de español y tengo un problema con mi zapato, ¿me podéis salvar? Tengo que empezar otra clase dentro de 10 minutos.
Me miran partiéndose de la risa y yo pienso: “tierra trágame”.
Finalmente, cogen la Black and Decker y le meten un par de clavos a mi zapato (me avisan de que se estropeará pero… ¡no puedo ir descalza por las calles de Macerata!
Llego al centro lingüístico contentísima, parece que todo ha ido bien…
Me han cambiado de laboratorio y no funciona nada. Las claves no entran, el audio no suena, el técnico se cabrea porque no he venido antes…
Por supuesto, no entiende que  es el único que se la rasca el 50% de las horas de su “super” trabajo. Cobra más que yo, eso sin duda, para permitirse el lujo de decirme lo que le sale de las narices.
Mis nuevos alumnos me ponen a prueba. Yo sudo y sudo y sigo sudando. Cuando consigo comenzar la clase estoy nerviosísima, ¿Por qué me pasa de todo hoy? No puedo más. Me gustaría echar a correr cuesta abajo y tomar el primer tren.
Sonrío, pienso en cómo crear el momento de empatía y… ¡allá vamos!
¡Nadie dijo que fuera fácil! ¡Pero coño!, ¿todo junto?
 Vuelvo a casa descojonada.
A veces pienso que nací un día en que confluyeron de forma muy especial los astros.
¿Tendrán algo que ver los mayas?
Una vez más sobrevivo…