sábado, 19 de noviembre de 2016

Un nuevo paradigma

Esta semana, mientras reflexionaba sobre un programa de clase, me he dado cuenta de que algo está cambiando. Algo se está modificando, algo en nuestras cabezas, en nuestra manera de expresarnos, en nuestro día a día y también en nuestros corazones. Me doy cuenta de que los primeros conceptos conllevan un masculino o femenino que nos separa como seres humanos, un singular y plural en los tiempos que corren donde nos enseñan que es  mejor ser “nosotros” que “ellos”. Pasamos al “hay” o “está”. Pero si no hay nada… ¿dónde puede estar? ¿De qué sirve colocarlo en un espacio que ya no existe? Recuerdos de Amatrice, recuerdos de un pueblo donde probar los mejores espaguetis de tu vida… Y en un momento, crac, ya no hay, ya no está… ni la gente, ni el lugar, ni ese pueblo que me acogía incondicionalmente cuando hacía una parada en mi viaje con destino a Roma. La tierra tiembla, la tierra en la Tierra… A pocos kilómetros de casa, ya no está, ya no hay.
Y sigo avanzando hacia el presente de esta rutina diaria a la que todos nos aferramos, a una rutina de “a menudo”, de “normalmente”, de “siempre”, o para los más sinceros de un “casi” por no decir que “nunca”. La rutina que parece que lo es todo, las verdades universales de un siglo decadente que nos sofoca…
Me doy cuenta de que el próximo tema es el de la obligación, el de “debo, tengo o hay que”. Después de la rutina, sigo teniendo que hacer cosas. Me duele algo y “tengo que solucionarlo”. Para mejorar en la vida “hay que” y entre una cosa y otra me autoconvenzo de lo que “debo o no hacer…” para mantener a raya el nivel de colesterol.
El dilema llega en la clase siguiente, la de los planes. Se supone que después de conocer mis obligaciones, hago planes y ahí llega el “voy a cambiar de trabajo”, “voy a tener un hijo”, “voy ahorrar para viajar”... A los españoles siempre nos ha encantado esta perífrasis verbal. Vamos a ver…, vamos a ir…, vamos a hacer… En los años 90 nuestras agendas estaban llenas de planes prometedores para un mañana sin suspense. ¿Y ahora?
He de decir que estoy planteándome una ruptura del paradigma a gran escala. Las respuestas de mis estudiantes y las que yo me doy a mí misma no son para nada convincentes. Creo que este “ir + a + infinitivo” que se propagó como la espuma en momentos de bonanza, se convertirá en breve en un futuro inseguro y de predicciones infundadas.  Un  “cambiaré  de trabajo” – quizás -, los coches volarán pero yo no o en el futuro los robots ocuparán el lugar de ese hijo imaginario que nunca tuvimos.
Siguiente paso, el pasado. En este caso me sorprendo de cómo puede cambiar tanto su uso temporal en lenguas tan afines como el español y el italiano. Para un español el ayer es un momento terminado, en cambio para los italianos la idea de lo remoto, asusta, aleja, confiere autoridad e importancia a lo clásico. Claro que nuestro pasado influencia nuestro presente pero no podemos dejar que nos condicione. Por eso cada curso doy la importancia justa al pasado, ni más ni menos. ¿Cómo ignorar acontecimientos que surcaron el camino hacia nuestro presente? ¿Cómo no hablar de todo lo que hemos hecho o querido hacer en nuestros días?
Llegamos “casi” al final, creo que por fin me decido: el condicional. Pienso que este lo cultivaré con gran entusiasmo porque, en definitiva, es el que nos toca vivir a todos, nuestro preferido. Es el que nos hace ser felices en la dificultad: ¿Te gustaría salir conmigo esta noche?, ¿Qué harías si te tocara la lotería?, ¿Podrías echarme una mano?, Viviría siempre al lado del mar y te amaría toda la vida …

La vida del siglo XXI es un condicional, plagado de incógnitas, de expectativas, ajenas y propias. Es ese condicional que nos hace desesperarnos ante la incertidumbre pero también el que nos hace llegar  "vivos" de hoy hasta mañana… ¿Aprenderías a vivir en este nuevo paradigma?