Principio del año 2015. Sé que hace siglos que no
escribo pero la ocasión lo merece.
Hoy he recibido ese email inesperado que invita a
la reflexión, a una consideración detenida que acaba en una lágrima inevitable.
He recibido noticias de Tomoko, una amiga japonesa
con la que compartí casa en Inglaterra hace muchos años. Intenté localizarla en varias ocasiones
después del terremoto de Japón que alarmó a todos los noticiarios sin recibir
nunca una respuesta. Llegué a temerme lo peor, una tragedia, y hoy, por fin, he
abierto ese email que me traía noticias felices desde la otra parte del mundo.
Tomoko me cuenta que se ha casado y tiene un niño de
dos añitos. Imagino su carita alargada dormida en un metro ultramoderno con el pequeño
en sus brazos. Su mirada dulce y sus manos suaves y muy blancas. Aparece
caminando bajo la nieve con el gorro y la bufanda que le ponía cuando nevaba. Parecía
un muñeco de nieve. Todo es muy gráfico.
Me di cuenta de que con la lectura de ese
email de tan solo dos minutos una cajita
se había abierto en mi mente. Una cajita de sentimientos, de imágenes, de
palabras … Por eso hoy me he decidido a escribir, para hablar de esas cajitas que todos
guardamos en nosotros mismos que nos recuerdan algunos momentos relevantes de
nuestras vidas.
Las cajas son un poco como los vasos. Lo mejor es
siempre tenerlas medio llenas. Si acumulamos demasiadas cosas, un día se
rompen. Si las tenemos vacías, nos falta algo que las completa. Por eso, es
nuestra responsabilidad y elección elegir esas cajas y conservarlas bien.
Porque cuando las abrimos y observamos el paso del tiempo en ellas, somos
conscientes de la importancia de los momentos vividos.
El mundo gira a mil revoluciones. Uno se detiene
de repente mientras mira a través del cristal de un autobús la ciudad llena de
luces y se descubre a sí mismo reflejado. Atraviesa el parque donde dio el primer
beso. Nadie baja aunque la fuente funciona todavía. El bus sigue adelante. Se para
en cada esquina de la urbe. Confesiones entre amigas, un té escondidos del
mundo, la playa, el furgón de los helados…y vuela la imaginación…33 años.
Todo pasa muy rápido ante mis ojos y mi cerebro
abre cajitas y cajitas. Unos enormes ojos azules me miran fijamente… ¿En qué piensas? – En nada…
Recorridos incansables y frenéticos del día a día.
Escalas entre un corazón y otro con control de pasaporte. Abrazos de sonrisas
amigas, abrazos del mundo que habla lenguas diversas, abrazos del infinito que
te abraza. Llego a casa y apoyo las llaves en el mueble de la entrada. Me quito
los zapatos y el abrigo.
Subo a la habitación. Me dispongo a quitarme la
ropa y…me falta un pendiente.
Me da pena, me lo habían regalado.Me quito el otro. Lo meto en una cajita. Pienso en el último abrazo y…sonrío.
También es importante perder pendientes. Beso los ojos azules y cierro los míos…
Algo de eso tiene la vida... de cajitas y pendientes que se pierden en abrazos.