sábado, 19 de enero de 2013

A fuego lento

Estoy en la cocina preparando croquetas y acordándome de la abuela.
El olor a cebolla me trae tantos recuerdos…
Puedo parecer una neurótica de la comida. Primero la mortadela, ahora a fuego lento… Lo cierto es que los olores (no solo de la comida) despiertan aquellos momentos que creíamos olvidados.
Sucede como con las casas. Todas tienen un olor característico y cuando entras, es la primera cosa que percibes.
El olor de las croquetas me recuerda a la abuela, a sus manitas ágiles y arrugadas ¡Yo a la abuela la conocí siempre vieja! Ella se empeñaba en enseñarme sus fotos de joven donde parecía una artista. Para mí, en cambio tenía  ojos de agua y cabellos de algodón.
Cuando era una niña, y ya no tanto, me contaba las historias de su vida: la del burro que la llevó a despedirse de su madre en el lecho de muerte, la de su hermano que regresó de la guerra para casi morir entre sus brazos, la de su padre ciego, su abuelo premio en Bellas Artes, la historia de amor de su primer novio…
Todavía no he conocido a otra persona como ella. Ponía ilusión en cada cosa que hacía. Daba bastante igual la edad que tuviera. De hecho, me sorprendió cuando la operaron de cataratas y volvió a leer el periódico.
Vivía cada día como si fuese único.
Nunca pensó que era demasiado tarde para nada.
Siempre con su delantal en medio del humo incansable de la cocina.
Solo hacía falta decirle lo que querías…
-Abuela, ¿me haces sopa con fideos?
- Abuela, me haces patatas bravas “de las tuyas”. (Es decir, con ajo, perejil y pimentón, como ella las hacía y también las bautizaba)
La abuela nos bautizó a mi hermano y a mí un millón de veces. No se sabe a qué religión pertenecemos.  No creo que a la religión de las masas.
Ella tenía su propio punto de vista sobre el bien  y el mal, sin prejuicios ni demasiados problemas. Ojalá en el Vaticano hubieran aprendido a tener la mitad de la humildad y el altruismo que ella.
Envuelvo despacito las croquetas en el pan rallado. Las veo tan ovaladas entre mis manos...
Al otro lado de los cristales empañados cae la nieve y una lágrima llega a mi corazón como un relámpago.

1 comentario:

Isaac dijo...

Es posible que "la mortadela" ya tenga muchos adictos, pero éste relato que has publicado es el más bonito que has escrito nunca... La abuela estará sonriendo ahora desde su estrella. Un bico hermanita