domingo, 9 de diciembre de 2007

Reflexión de las 4:40

Acabo de llegar a casa y son las 4:40. Puede parecer una locura que encienda mi portátil, me meta en la cama y sienta la necesidad de compartir unas palabras con los demás.
No he bebido mucho. Un par de piñas coladas para alegrar el corazón y un Brugal con Coca-cola porque, por lo visto, soy una de esas mujeres ( si así puede llamárseme) que demanda a gritos una buena sobredosis de azúcar. Así soy yo: dulce. A veces demasiado amarga.
Vuelvo de una cena especial. De un encuentro casi único en el año ( la última fue por mi cumpleaños).
Una cena en la que siempre falta alguien y en la que compartimos las novedades de esta última mitad del período.
Vernos allí, otra vez más, juntas, me hace sentirme bien. Me hace sentir que ellas siguen siendo iguales que hace diez años cuando nos comíamos el bocadillo de tortilla entre clase y clase cuando cursábamos el bachillerato, cuando nos tomábamos un café los viernes por las tardes y hablábamos de qué estudiaríamos o del chico chuleras del instituto. Yo también sigo siendo la misma.
El tiempo ha pasado pero todas conservamos nuestra esencia.
Lichy tan escéptica y atómica, siempre dispuesta a divertirse.
Sonia, luchadora donde las haya.
Ana buscando el ideal ( aunque insisto: "lo perfecto no existe")
Carol, siempre elegante. ( aunque vamos descubriendo su puntillo de ama de casa en potencia).
Shu, ingeniosa, vivaz...
Todas, grandes personas. Grandes amigas sin las que mis días hubiesen carecido de cualquier tipo de interés y valor.
Nos faltaron Paulita y Fátima.
Paula, recién casada y siempre dispuesta a echar un cable.
Fátima, una persona de mente compleja (en el buen sentido)
Las he obsequiado a cada una con un pequeño adorno para su árbol de Navidad. (cada uno de estos, como ellas, eran diferentes) porque sé que llegará algún momento, en el que, esperemos, seamos muy muy viejitas y encontremos en aquel cajón olvidado el recuerdo de esta noche fabulosa.
Quizás recordemos los viejos tiempos con morriña, con una sonrisa o una lágrima en los ojos.
Quizás el sentimiento perdure...
hasta que nuestras almas descansen donde quiera que sea y el tiempo y el viento puedan susurrarse al oído cuánto nos quisimos como amigas.

1 comentario:

Ana dijo...

Lo que quieres es hacernos llorar, ¿verdad?... Ayer en esa cena me sentí parte de algo que muchos desearían porque desafortunadamente no todo el mundo tiene la suerte de poderse sentar a una mesa rodeado de amigos que lo escuchen, traten de entenderlo y compartan también sus alegrías y sus penas. Me di cuenta de que a pesar de cualquier adversidad (amorosa, familiar, de estudios,...) soy afortunada. Cierto que lo perfecto no existe, pero si cuando duermes abrazado a esa persona sientes que podría ser el último día de tu vida y morirías feliz, si sientes que sus brazos te protegen del mundo, que sois uno a pesar de todo, y deseas que esa noche no termine jamás, ¿no es eso perfecto? Si con una mirada se para todo alrededor, con un beso la piel reacciona, con una caricia pierdes la conciencia, ¿no es eso perfecto a pesar de todo?
Quizás sería mejor renunciar a eso e intentar llevar una vida sin tantos sobresaltos, pero entonces,..., tampoco sería perfecta, así que mientras disfrute de esos momentos mágicos vivo mi particular historia de esas de telenovela o de libros de amor de los de antes, esas que se les cuentan a los nietos y aún asoma una lágrima recordando (como la viejecita de Titanic). ¿Por qué no ser esa princesa que sabe que su príncipe volverá a buscarla y serán felices para siempre aunque solo sea una historia de película? En realidad los guiones de las películas salen de la vida misma, y muchas veces la realidad supera la ficción. Es complicado, pero, ¿qué sentido tendría apartar a alguien que aunque no lo veas físicamente, estaría siempre dentro de ti? Sería una agonía. Pero como decía, a pesar de los pesares, no hubiera cambiado esa cena por nada, ¿no fue perfecta...?